Silencio y sonido
Los 65 decibelios que no debieran superarse en las ciudades, pasa como con la velocidad de 50 km./hora establecida en las mismas, no lo respeta ni la propia policía que debe vigilarlo. Nos limitamos al radar y lo demás es cuestión de recaudar. Ahora se pondrá de moda el decibelímetro así que ¡ojo al ruido! La solución estará una vez más en rascarse el bolsillo, que no en la educación.
Entretenidos que estamos con el carnaval de 2007, ahora que, una vez cubiertas las necesidades básicas del españolito de a pie, la sensibilidad por el ruido nos hace hablar de quítame allá unos decibelios, resulta que nos molesta el ruido. Y no carecen de razón quienes protestan, máxime cuando desde el punto de vista legal, con la ley en la mano y todas esas cosas, están en su perfecto derecho, no solo de quejarse, sino de exigir que se reduzcan o se vayan con el ruido a otra parte. Pero, amigo, con la iglesia hemos topado. Es eso que se llama la tradición, y en nombre de tradición, como en nombre de la patria o en nombre de algún patrón de turno, siempre tenemos que hacer prevalecer nuestros ruidos, nuestras agresiones, imponiéndolo sobre esas pobres gentes, que por la sensibilidad que fuere quieren dormir tranquilas, conversar tranquilas, trabajar, leer, estudiar, reposar, sentir el ruido de su respiración, recuperarse de una convalecencia, hacer el amor, etc. Tal vez cuando se instalaron en ese barrio era un lugar mucho más tranquilo y el ruido más cotidiano pasara desapercibido….los niños jugando en la calle, el butanero tocando el claxon, el característico chiflo del afilador…ruidos que pese a superar los decibelios hoy permitidos no dejaban de ser el alma del ruido cotidiano, la propia vida que transcurre en la ciudad. Llegas a perdonar algún que otro extremo, las obras de la calle, el claxon de algún vehículo, el escape de alguna motocicleta…
Pero cuando llegan las fiestas patronales, las del barrio, el carnaval, la verbena de San Juan, la Nochevieja, el botellón de la esquina, la procesión del santo patrono, la procesión de Semana Santa…”la rompida” la tamborrada, … toda una ironía ir a ver “el Cristo del silencio” nada de esto se entiende sin ruido, pero RUIDO con mayúscula. Los equipos modernos de ampliación de sonido ponen al alcance del oído una chirriante voz que se repite y un cúmulo de gritos, músicas estridentes y otros sonidos que hacen temblar los cristales de doble capa que instalaron en nuestras ventanas. Y así, en “silencio” por decir algo, van aguantando un año tras otro, una fiesta tras otra… muchos honorables vecinos que, seguramente también aman la fiesta y las tradiciones, pero que al día siguiente tiene que madrugar para entrar en el primer turno de las 6 de la mañana, el enfermo que desea un poco de tranquilidad el estudiante o estudioso que necesita concentrase, o esa tertulia que tiene lugar junto a la mesa camilla…!ah¡, el silencio traspasado.
La paz, esa es también la paz que debemos fomentar entre nosotros. No sé si en la educación para la ciudadanía entran estas cosas, pero un ejercicio de tolerancia mutua no vendría nada mal.
Todos hemos de caber en este planeta y en ello va también incluido el ruido que nos toca a cada uno como el aire… No deja de ser una forma de contaminación. Pero no olvidemos que la peor contaminación es la de las ideas, principalmente cuando un alcalde le otorga preferencia a los intereses turísticos y en su nombre debemos de ser “abiertos” y tolerantes porque durante unos días/noches se salgan los decibelios un poco de lo normal. Lo normal, sería poner cada cosa en su sitio: la fiesta en el lugar que le corresponde y con sus moderación y lo normal, es que ningún ciudadano tenga que denunciar y dar la cara para pedir que se baje el volumen, ya que eso ha de salir primero del ciudadano que lo emite y si no es capaz o incumple, para eso están las autoridades. Si al final es la víctima quien ha de dar la cara, la estamos haciendo doblemente víctima, y la obligación de todo gobernante decente es proteger al conjunto de los ciudadanos, no a los que más ruido hacen, valga la expresión.
Dentro de unos meses, comienzan las fiestas patronales de los pueblos de nuestra querida tierra. Una vez más, tendremos que sufrir esas noches interminables del “tun-cha-tun” en muchos pueblos y pueblecitos de nuestra provincia, que con la llegada de los “neoruralistas” nos traen las costumbres tan sonoras aprendidas en la ciudad. La fiesta de los decibelios da para mucho. En este sentido, la paz, también sigue siendo una utopía. Ahora sí que el silencio tiene sonido. Amen.
Los 65 decibelios que no debieran superarse en las ciudades, pasa como con la velocidad de 50 km./hora establecida en las mismas, no lo respeta ni la propia policía que debe vigilarlo. Nos limitamos al radar y lo demás es cuestión de recaudar. Ahora se pondrá de moda el decibelímetro así que ¡ojo al ruido! La solución estará una vez más en rascarse el bolsillo, que no en la educación.
Entretenidos que estamos con el carnaval de 2007, ahora que, una vez cubiertas las necesidades básicas del españolito de a pie, la sensibilidad por el ruido nos hace hablar de quítame allá unos decibelios, resulta que nos molesta el ruido. Y no carecen de razón quienes protestan, máxime cuando desde el punto de vista legal, con la ley en la mano y todas esas cosas, están en su perfecto derecho, no solo de quejarse, sino de exigir que se reduzcan o se vayan con el ruido a otra parte. Pero, amigo, con la iglesia hemos topado. Es eso que se llama la tradición, y en nombre de tradición, como en nombre de la patria o en nombre de algún patrón de turno, siempre tenemos que hacer prevalecer nuestros ruidos, nuestras agresiones, imponiéndolo sobre esas pobres gentes, que por la sensibilidad que fuere quieren dormir tranquilas, conversar tranquilas, trabajar, leer, estudiar, reposar, sentir el ruido de su respiración, recuperarse de una convalecencia, hacer el amor, etc. Tal vez cuando se instalaron en ese barrio era un lugar mucho más tranquilo y el ruido más cotidiano pasara desapercibido….los niños jugando en la calle, el butanero tocando el claxon, el característico chiflo del afilador…ruidos que pese a superar los decibelios hoy permitidos no dejaban de ser el alma del ruido cotidiano, la propia vida que transcurre en la ciudad. Llegas a perdonar algún que otro extremo, las obras de la calle, el claxon de algún vehículo, el escape de alguna motocicleta…
Pero cuando llegan las fiestas patronales, las del barrio, el carnaval, la verbena de San Juan, la Nochevieja, el botellón de la esquina, la procesión del santo patrono, la procesión de Semana Santa…”la rompida” la tamborrada, … toda una ironía ir a ver “el Cristo del silencio” nada de esto se entiende sin ruido, pero RUIDO con mayúscula. Los equipos modernos de ampliación de sonido ponen al alcance del oído una chirriante voz que se repite y un cúmulo de gritos, músicas estridentes y otros sonidos que hacen temblar los cristales de doble capa que instalaron en nuestras ventanas. Y así, en “silencio” por decir algo, van aguantando un año tras otro, una fiesta tras otra… muchos honorables vecinos que, seguramente también aman la fiesta y las tradiciones, pero que al día siguiente tiene que madrugar para entrar en el primer turno de las 6 de la mañana, el enfermo que desea un poco de tranquilidad el estudiante o estudioso que necesita concentrase, o esa tertulia que tiene lugar junto a la mesa camilla…!ah¡, el silencio traspasado.
La paz, esa es también la paz que debemos fomentar entre nosotros. No sé si en la educación para la ciudadanía entran estas cosas, pero un ejercicio de tolerancia mutua no vendría nada mal.
Todos hemos de caber en este planeta y en ello va también incluido el ruido que nos toca a cada uno como el aire… No deja de ser una forma de contaminación. Pero no olvidemos que la peor contaminación es la de las ideas, principalmente cuando un alcalde le otorga preferencia a los intereses turísticos y en su nombre debemos de ser “abiertos” y tolerantes porque durante unos días/noches se salgan los decibelios un poco de lo normal. Lo normal, sería poner cada cosa en su sitio: la fiesta en el lugar que le corresponde y con sus moderación y lo normal, es que ningún ciudadano tenga que denunciar y dar la cara para pedir que se baje el volumen, ya que eso ha de salir primero del ciudadano que lo emite y si no es capaz o incumple, para eso están las autoridades. Si al final es la víctima quien ha de dar la cara, la estamos haciendo doblemente víctima, y la obligación de todo gobernante decente es proteger al conjunto de los ciudadanos, no a los que más ruido hacen, valga la expresión.
Dentro de unos meses, comienzan las fiestas patronales de los pueblos de nuestra querida tierra. Una vez más, tendremos que sufrir esas noches interminables del “tun-cha-tun” en muchos pueblos y pueblecitos de nuestra provincia, que con la llegada de los “neoruralistas” nos traen las costumbres tan sonoras aprendidas en la ciudad. La fiesta de los decibelios da para mucho. En este sentido, la paz, también sigue siendo una utopía. Ahora sí que el silencio tiene sonido. Amen.
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios son bienvenidos. Siéntete libre al comentar, opinar en cualquier sentido, aunque siempre, siempre, te agradeceré la amabilidad.